¡LAS ANTÍPODAS!
Aotearoa, que en maorí significa ‘la tierra de la nube blanca y larga’, es, traducido en Occidente, Nueva Zelanda. Si hacemos un agujerito desde Madriz hacia dentro de la Tierra y atravesamos todo este planeta, aparecemos no muy lejos de Wellington, la capital de este país. ¡Así que ya podemos decir que hemos pedaleado la mitad del mundo! La cosa está ya madurita. Celebramos nuestro cuarto cumpleaños allá, rodamos con Guy, hicimos wwoofing, y al final no vimos ningún kiwi, que es un pájaro sin alas y el símbolo nacional.
La versión ‘oficial’ cuenta que maoríes polinesios llegaron a estas islas como 800 DC, y los primeros asentamientos ‘blancos’ son como mil años después. Menos mal, pues a pesar de toda la buena fama que tiene este país de ecoverde y tal, se ve talar bosques que da gusto. Eso sí, algo tienen: ¡¡¡NO HAY ENERGÍA NUCLEAR!!! Y tras Islandia son los que más energía geotérmica usan. Molan. Ahora están en una fase de revitalización de la cultura maorí: todo se escribe en los dos idiomas oficiales, y las comunidades maoríes están muy activas. A ver si le dan un poco más de color al país.
Vimos a 55 practicantes del ‘ciclismo pesado’ en los dos meses y medio que estuvimos por allá. Y eso que era primavera. Esto da una idea de lo atractivo que son estas islas para pedalear, sobre todo la isla sur. Eran los mundiales de rugby y podeis imaginaros como se ponían los bares de gente y de cerveza. Y como nos poníamos nosotros... No nos hemos enganchado mucho a este deporte, pero sí a la Haka que se marcan ante sus rivales al comienzo del encuentro. Kia ora!
La isla norte
Auckland es la ciudad de las velas. No las de cera, las de los barcos. Hay mucha tradición marinera por aquí y el puerto deportivo lo confirma con sus cientos de yates. Esta es una ciudad grande pero ya el primer día nos encontramos con dos ‘morroskos’ de Bilbao: Aitzol y Mikel. ¡Aupa! Por aquí, oyes. Dándonos una vueltesita en bici, en barco, con mochila… Hasta el horisonte y volver.
Unas compritas y salimos hacia las Northlands. Llueve mucho y hace mucho viento. Esa será la tónica de los dos meses. No hay arcenes por las carreteras y hay bastante tráfico, así que vamos buscando rutas secundarias que nos descubren los rinconcitos de este país tan verde y montañoso. Dormimos en bosques de kauris, mastodónticos y milenarios árboles ya casi extinguidos. La costa es una pasada de fiordos y estuarios. Y las lluvias torrenciales también. Menos mal que la peña se echa el pisto y nos dan refugio y muy buen rollo.
Rodar por la carretera nacional 1 es un petardeo y hacemos dedo. Hay que tener mucho cuidado con las docenas de camiones que transportan madera a destajo y conducen como locos. Con burras y todo nos pillan y nos dejan en Auckland. Esto de hacer dedo funciona muy, muy bien y casi siempre en todo el país. Pasamos una vez más por la capital para celebrar el IV aniversario de nuestro viaje. Hemos tardado cuatro años hasta las antípodas, luego al mismo ritmillo quedan n. Mientras haya ánimos y carretera hay viaje. Y por ahora hay mucho de los dos.
La siguiente etapa es la península de Coromandel. Una ruta que bordea toda la costa hace uno de los mejores circuitos que hemos pedaleado en NZ. Hay un tramo en que la pista se convierte en camino y tenemos que empujar las burras un buen rato. Pero merece mucho la pena. El camino esta colgado de los acantilados y la pedalada por allí es brutal. En el pueblo de Coromandel hacemos nuestra primera visita como ‘wwoofers’ y pasamos unos días con Naomi poniendo vallas y plantando calabazas.
Llegamos a la zona del lago Rotorua. Huele a huevos podridos por que hay aguas termales por todos los lados. El bosque de Whakarewarewa está lleno de peña pedaleando por los numerosos circuitos. ¡Estamos en Biciclandia! Vimos la primera estación geotérmica que se hizo en el mundo. Una pasada. Allí un autobús lleno de chinos se hace una foto con los famosos bicicletos pero… ¡uno por uno! Están locos estos chinos. Bordeamos el lago Taipo y hacemos nuestro segundo ‘wwoofing’ con Dulcie, una abuela maorí llena de años y energía. Allí fue mover piedras y malas hierbas, y montar en kayak y bañitos en aguas termales. Coincidimos con Lisa, alemana y también ‘wwoofer’, con la que nos subimos al Tongariro, un volcán con una pateada magnífica.
Hacemos dedo de un tirón hasta Wellington y acabamos en la casa de Brandon, un torbellino de muchacha con la casa, el coche y la cabeza patas arriba. Le apañamos un poco el jardín, le quitamos el papel del pasillo y le limpiamos la cocina de latas caducadas y alguna que otra salsa en avanzado estado de putrefacción. La noche de Halloween nos pasamos por el bar Latino de allá. Sólo había un chaval de Rapa Nui y una docena de parejas kiwis bailando salsa. Lo dejamos para cuando vayamos a Latinoamérica. Una tarde conocimos a Agustín, Raquel y Adrián, que hicieron de anfitriones de una agradable y larga tertulia llena de risas, vino y tortilla de patatas.
La isla sur
Llegamos con el ferry Interislander, que lo hace entrando por los Marlborough Sounds, un sistema de fiordos espectaculares. En el barco suben otros tres ciclistas más. Entre ellos se encuentra Guy, un gabatxo de 52 años que dejó de trabajar para ponerse a viajar. ¿A qué nos suena eso? Nos juntamos con él y nos vamos al Queen Charlotte Track, un divertido itinerario para caminar y/o pedalear que discurre sobre el filo de una península con unas vistas de escándalo de guapas. Otro de los ‘top 10’ de NZ para hacer en bici. En una de esas bajadas trialeras Juli se golpea la rodilla y no puede seguir. Aprovechamos la circunstancia para parar unos días en Nelson y poner las tiendas en el jardín de la familia Wesney-Hurtado, que son unos cachondos además de protestantes y muy hospitalarios.
Juli se queda unos días más de recuperación con Isi y Claire, mientras Guy y Josetxu vuelven a la ruta. Más aguas y aires para llegar a la temida West Coast, donde se supone que hace un tiempo de perros, pero que a nosotros nos sonrió con días soleados y sólo un par de chubascos. La costa oeste de la isla sur de NZ está dominada por el perfil escarpado de los Alpes del Sur, que empujan sus glaciares hasta casi el mar. Paradita en Punakaiki para pasear por los bosques autóctonos. La carretera serpentea la costa subiendo y bajando acantilados.
Nuestro tercer ‘wwoofing’ es en casa de una familia céltica que celebra el 21° cumple de uno de sus hijos con un fiestón y nosotros fregando los platos. Eso sí, por la noche bailecitos y birritas con la concurrencia. Se nos une Juli ya con la rodilla a punto y ese día encontramos a Nicole y Serge, un par de selenitas que están recorriéndose el mundo corriendo!!! Ya habíamos oído hablar de ellos en África, cuando nos cruzamos con Claude Marthaler en Mali. Pero verlos y tocarlos y hablar con ellos fue mucho. 5 años y 5 continentes recaudando fondos para operar enfermedades oculares de niños de países pobres. En fin, sin palabras. Visitad www.runforkids.org y flipad un rato. Se abre el cielo para enseñarnos mejor los grandiosos glaciares de Franz-Joseph y Fox. La ruta discurre por bosques, lagos, playas… Otra del ‘top 10’.
Llegamos a Haast y subimos el temido paso que cruza los Alpes. Al final no fue tanto, solo un par de km explosivos y poco más. Lo mejor fue ver como coronaban puerto desde el otro lado el terrible Sven, tirando de un carrito de 40 kg con su hijo de menos de 2 años dentro, y su compañera con una tripa de 7 meses de embarazo. Otros monstruos. Del otro lado del paso sopla un aire tremendo, que nos hace volar los 80 km de descenso hasta Wanaka. Un día de esos de ensueño. Allí tenemos noticias de Mikel y Aitzol, que andan currando de cocineros y buscándose la vidilla por la zona. En un día más llegamos a Queenstown, donde este par de golfos nos está esperando con la nevera llena y la mesa puesta.
De allí salimos una mañana muy pegados, después de una pantagruélica cena con los bilbotarras, regada con vino peleón y amenizada con acaloradas discusiones en torno a Cuba. Si es que no podeis beber… Un barco a vapor de casi100 años nos cruza a la otra orilla del lago, donde una pista facilita nos pone de nuevo en medio de paisajes totales. Bueno, recordaros que aquí se rodó ‘El Señor de los Anillos’. Pues mucho de eso se puede ver desde el sillín de la bici.
Dejamos las burras en Te Anau y nos pusimos a dedo en el Milford Sound, el fiordo más profundo de la Tierra. A pesar de las toneladas de turistas, la visita mereció mucho. Se llega a través de una espectacular carretera con un túnel (ojo!, no apto para bicicletas) que sale a un valle majestuoso dominado por el Mitre Peak. Brábaro. De vuelta en la pedalada, el viento en contra y la lluvia nos llevan a la casa de Robert, que gestiona un proyecto de una comunidad maorí para la recuperación de flora y fauna autóctonas en una antigua granja ganadera. Ahí es ná. El viento y la lluvia van y vienen, dándonos algunos excelentes kilómetros con viento a favor para llegar a Invercargill.
Nos acercamos al Bluff para echarnos una foto donde acaba la carretera nacional 1, que atraviesa todo el país desde el cabo Reinga, allá al norte de la isla norte. Otra visita de rigor al sur del sur. Ya llevamos tres. Continuamos por los Catlins, la aislada costa sur, con más vientos y lluvias y paisajes aislados. Ya hay mucho asfalto, pero esta zona es de las más disfrutonas de NZ.
Ya en Port Chalmers paramos en la ‘Villa Rustica’ de Julia y Rod, donde hacemos nuestro ultimo ‘wwoofing’ entre vallas, bañeras al aire libre y deliciosos ‘sandwiches de restos’. De allí salen Juli y Guy en bici. Despedidas y lagrimitas. Guy, nos vemos cuando y donde quieras, pero que sea otra vez en la ruta. Josetxu lo hace en bus unos días después, pues le salió un currete para pedalear un par de semanas con Andrea en Chile. Pero esa es otra historia... La idea es juntarse de nuevo en Santiago de Chile con Juli y luego en Ushuaia de la Patagonia con Pako.
Guy y Juli salen por la bonita y tranquila costa este. Enseguida se desvían al norte para encaminarse hacia el monte Cook por una antigua vía de tren rehabilitada para ruta en bicicleta. ¿A que mola? A través de puentes y túneles llegan a Clyde donde vuelven hacer una fugaz visita a Aitzol. “Adiós, nos vemos”. Llegamos al monte Cook (el pico más alto de NZ), el escenario es total y a Juli se le olvida la cámara de fotos y el saco de dormir abajo. Menos mal que el guarda del refugio es francés y Guy es de Poitiers. Parada de tres días con maravillosas andadas por los montes y glaciares. Salimos para Christchurch con los primeros calores de muerte del verano que se acerca. Atravesamos la planicie del Canterbury, un poco sosa, y llegamos a Christchurch. Aquí estrenamos los contactos con la rede de ciclistas de ‘cama y ducha’. Una rede internacional que une a ciclistas para ayudarnos en los viajes largos. Tomad nota tod@s: https://www.warmshowers.org/. Y allí se despiden Guy y Juli. El flautista sigue en bici hacia el norte, y el de Vallekas se va en avión hacia el este. Los dos a otro continente.
Datos básicos del país
Con este apartado pretendemos, en cada artículo, dar una información más técnica sobre el material que utilizamos, así como comentarios y trucos para hacer el viaje en bici más fácil.
WWOOF (www.wwoof.org)
Si estás un poco aburrido de campings y backpackers, y quieres tener una convivencia más directa con la gente del lugar, esta puede ser una buena opción. WWOOF significa World Wide Opportunities on Organic Farms, y la cosa consiste en un intercambio. Tú trabajas 4-8 horas, y ellos te dan de dormir y comer. Si te lo programas con tiempo puedes hasta pasar una temporada larga y aprender técnicas agrícolas como cultivos orgánicos, permacultura o biodinámica. A nosotros nos tocó básicamente quitar hierbas de jardines y poner muchas vallas. Pero a veces fue una experiencia muy buena. Y te ahorras un mogollón de pasta. Muy extendido en países ricos, esta red tiende a crecer cada vez más, y ya incluye centros de retiro y meditación, cafeterías ecoresponsables y backpackers alternativos.