Diario de la 4ª Caravana por la Paz en Casamance y Contra el Uso de las Minas Antipersonales
(Dakar-Ziguinchor, 8-14 abril del 2000)
ó
SIN MALICIA DEL CLUB
Por Elisardo Pestoza
Primer día
13:30 Nos dirigimos desde la casa a Mr. M´bou a Dakar hacia el punto de encuentro de nuestra más apasionante aventura en África: nuestra integración como suaves corderitos en la 4ª Caravana ciclista por la paz en Casamance y contra el uso de minas antipersonales. Sentimientos encontrados salpican nuestros corazones. ¿Verdaderamente, de estar viva, Lady Di habría venido a despedirnos? ¿Daremos la talla entre un grupo de inocentes buenas personas interesadas en que la gente se mate lo menos posible con patrocinio de la Shell, Mobiloil, la Cruz Roja y otras entidades benéficas? ¿Se nos irá la bola y nos pondremos a decir cuatro verdades sobre el catolicismo? En esas, Carlos pincha. Puede tratarse de una premonición. Tentación de no seguir. No somos unos cobardes, así que continuamos camino. La suerte está echada. Por fin algo que contar a l@s amig@s.
16:00 Nos encontramos aún comiendo una hamburguesa en el Centro Cultural Francés de Dakar, profundizando en nuestra completa integración en la vida africana. La caravana va a salir. Damos los últimos retoques de ketchup y mostaza a nuestros culottes. Ni la cosmética nos impide llegar a tiempo a la salida. Todo el mundo nos espera con ansiedad: ¡ah, los espagnoles! Un chico negro que no pertenece a la organización trata de vendernos una lámpara eléctrica muy cuca mientras estamos sentados en la bici. Si no fuera porque tiene 55 cm de alto y no llevamos mesilla le compraríamos sin dudar un momento. Buen precio amigo.
17:00 Nos hemos puesto la camiseta de la organización. Entre otros anagramas el que preferimos es el que dice: PIJES (Proyect d’appui a l’Integration des Jeunes au mouvement Sportif) Emoción a raudales. Una tribuna de autoridades a cubierto del sol preside la espera en el acto inaugural, mientras una fiera tribu local ensaya unos salmos y unos bailes bastante desgarbados al sonido de la apacible percusión senegalesa. Un animador con micrófono es sistemáticamente boicoteado por el encargado del sonido, poniendo watios musicales sobre su voz modulada que a la vez boicoteaba los salvajes cánticos de la tribu local. Marasmo en general. Periodistas de diversas sectas se interesan por nuestra presencia en la caravana. Tampoco ellos se explican qué hacemos aquí: se lo preguntamos a unos belgas que están al lado. Ellos creen que es la cola de la cervecería. No desmerecemos nada al lado de estos negratas: su tamaño es como el nuestro, su musculatura es como la nuestra, su color de piel es como el nuestro, lo único sus bicis, que son mejores. El ministro de Industria y Minas (¿pero la caravana no era en contra de las minas? Desconcierto) nos dirige unas palabras, pero por suerte no nos dan. Comienza la vuelta de honor en torno a la Place de l’Independence mientras el público, entregado, aplaude. Mientras damos la vuelta de honor sobre nuestras bicicletas, un chico negro nos intenta vender una figura de madera realmente hermosa de unos veinticinco kilos de peso. Si no fuera que estamos apurados, la hubiéramos comprado sin dudar un momento. Buen precio amigo.
17:30 Ha terminado la vuelta de honor, sin novedades. Hemos hecho una buena media: unos 17,3 kms/h para un total de 350 m. Se avecinan nuevos récords. La autoridad va a dar la voz de salida. Un chico muy amable señala la rueda de Carlos: está pinchada. La voz de salida: todo el mundo sale y nos quedamos solos arreglando el pinchazo. La gente, alrededor, aplaude embelesada por la capacidad técnica de nuestro grupo. La policía les dispersa. El tráfico sigue cortado. En medio del asfalto ocho espanioles solos arreglando una rueda. La caravana ha comenzado.
18:00 Ya a punto de salir. La demora no se debe al pinchazo, que hemos resuelto en el módico tiempo de 21 segundos 3 décimas, sino que nos hemos entretenido dudando si comprar 300 pares de pantalones que nos vendía un chico ajeno a la organización. Entre las 300 estaban los nuestros. Buen precio amigo.
18:01 Primeras pedaladas. El único problema es que no sabemos a dónde nos dirigimos. Optamos al azar: por ahí. Un poli nos dice que es justo por el otro lado. Allá vamos. En los primeros 150 m hacemos una media de 18 kms/h. Era previsible: mejoramos momento a momento. Un tráfico infernal. Desempotramos a Violeta del radiador de un transporte colectivo. No hay daños de consideración en el bus, sólo Vio un poco despeinada. Una rotonda. Otra. Otra. Enfilamos la periferia de Dakar. Un vendedor sin piernas ajeno a la organización nos adelanta dando brazadas para ofrecernos una típica máscara senegalesa de apenas un metro de perímetro. Tiene la misma cara que Pepe. Si no fuera por eso, porque la tenemos repe, la habríamos comprado sin dudar un momento. Buen precio amigo.
19:00 Por la autopista. Imposible escribir. Es preferible salvar la vida.
19:30 Embotellamiento. Están estrechando la calzada para que los coches vayan más rápido. Cosas de África. Tratamos de ir por el arcén, pero hemos de recurrir a una excavadora para que nos desentierre de la arena. Tratamos de volver al asfalto, pero hemos de recurrir a un martillo neumático para que nos extraiga de la calzada después de ser atropellados por: 1º un camión de transporte colectivo, 2º un coche de transporte colectivo, 3º una furgoneta de transporte colectivo, 4º un carrito de fruta, 5º un vendedor ajeno a la organización que nos ofrecía un buen surtido de relojes de oriplástico. Todo tranquilo, según lo previsto. El final de la etapa nos aguarda.
19:35 Adelantamos al primer caravanista, es decir, al último. Por tipo, por figura, podría ser Julio Rodríguez. Le ofrecemos que nos siga, pero se reconoce incapaz de igualar nuestro nuevo récord: 5 kms/h durante 12 m. Y es que somos formidables. cuando le dejamos atrás, un chico ajeno a la organización le está ofreciendo un yunque a buen precio.
20:00 Llegada a destino. Cierto retraso no voluntario nos impide asistir a las palabras de bienvenida de hasta trece autoridades diferentes, incluido un vendedor de cacahuetes que se ha colado de rondón. Buena acogida: “vaya, habéis llegado”. La emoción embarga a la organización.
20:05 Salimos del primer destino en busca de otro que parece ser el definitivo. Damos unas vueltas (véase fig. 1: atractor de Lorenz), pero no consiguen despistarnos y al final asumen nuestra presencia con frases amables: “venga, colocaos por ahí”.
20:30 Una chica, nada ajena a la organización nos dice que lo de la cena está complicao, que si podemos cenar por nuestra cuenta. Sí, claro. Con mueca inocente nos disponemos a colocar nuestras cocinas de gasolina en el peinado de otra chica tampoco ajena a la organización. Ésta, muy amable, nos explica que ha habido un malentendido y que podemos cenar con los demás. Ante nuestra insistencia nos aclara que no, que no formamos parte del menú. Buen ambiente, muy internacional.
20:45 Los participantes en la caravana se dividen en comandos de diez personas para hacer más fácil la vida cotidiana. Nos juntamos los 4 espagnoles, 2 franceses y 4 lugareños para dar el toque de color (negro). Elegimos jefe de grupo a un francés melancólico y misántropo, para ver si la lía. Muy eficaz: nos consigue desayuno y colchones. Ahora a esperar la cena. Por detrás de la valla del recinto de acogida, un chaval ajeno a la organización nos ofrece el puente de Brooklyn. Buen precio (amigo).
22:00 La cena se ha hecho de rogar. Cuscús con carne. Nuevo récord: 36 m. para masticar un trozo de cordero de 3 mm de perímetro. De postre, zumo picante de jengibre. Por suerte, la organización ha previsto la asistencia médica. Josetxu se bebe seis raciones del mejunje: “le faltaba, quizás, un poquito de sal”. Al final del avituallamiento la organización se dirige a los organizados mirándonos a nosotr@s: advierte contra los retrasos. A las 7 hay que desayunar.
22:30 No podemos continuar el diario: nos podría sorprender con la luz escondida el sargento de puerta. Hasta mañana, querido diario.
22:50 Nos despierta el sargento de guardia para decirnos que su sobrino, ajeno a la organización, vende unos djembés ajustables que pueden servirnos de alforjas. Buen precio amigo. Si no hubiéramos estado abrazados a la camiseta con el anagrama de la Shell que debemos lucir mañana, lo habríamos comprado. Sin ninguna duda.
Segundo día
05:30 Hemos sobrevivido a inútiles intentos de exterminio. Ataque nocturno con un potente insecticida, supuestamente destinado a los mosquitos. Por suerte, hemos podido improvisar unas parihuelas y rescatar a Ana, que había mezclado el sueño de la vida con el sueño de la muerte. Hemos visto, en los rincones, a los mosquitos devorando el polvo invisible del insecticida. Después tomaban altura para caer en picado sobre nosotr@s. Ellos prefieren los párpados y lo sabíamos, por eso, gracias a unos cuantos juegos de gafas de soldar, hemos rechazado los más violentos ataques. Si Londres resiste, sangre sudor y lágrimas, será posible vencer. Al fin, después de este sueño reparador, una alegre comandita de jovenzuelos con nostalgia de la mili han hecho un desfile promilitar con agradables cánticos de guerra para ayudarnos a despertar felices. Se lo agradecemos saltándoles al cuello, pero no llegamos: unas ligeras raspaduras en las rodillas. Al salir del cuarto, el equipo gimnástico africano hace estiramientos: los hay que prefieren flexiones (150) sobre una sola uña, otros optan por estirarnos a nosotr@s mism@s. Ahora contamos con unos hermosos cuellos plegables, ya les veréis.
06:30 Son muy prácticos para el desayuno: te permiten morder sin ser visto el bocadillo del tipo de enfrente. El menú, aportado por la organización, lo componen diversas especialidades típicas africanas: nescafé, leche en polvo (Nestlé), crema de chocolate (Nestlé), mermelada (de Nestlé), mantequilla (Nestlé) y pan (Nestlé). Desacostumbrados a estos sabores, no podemos dar cuenta más que de 26 barras de pan, 6 cafés con leche por cutis y un bote de mermelada de 12 kilos. El chocolate, bien impregnado por todo el cuerpo, lo utilizaremos para pasar desapercibidos. Al principio cuela (uno de los blancos de la organización le pide a Josetxu que le limpie bien los zapatos, chico), pero un olvido lamentable (en esta zona no se ponen huesos en las orejas), producto de una mala información de nuestra agencia (presentaremos quejas al volver a Madrid), nos descubre el truco. La organización, muy amablemente, nos ha advertido que ese era el desayuno para toda la semana y que si nos lo comíamos todo, allá nosotr@s. De paso, a Vio le han clavado un tenedor en la nalga izquierda. Integración total. A la salida del desayuno, un chaval, ajeno a la organización, nos pide una tasa para pasar la puerta. Descuento de grupo. Buen precio.
07:15 Esperamos, con la tripa llena, la salida.
08:15 Esperamos, la tripa medio llena, la salida.
09:15 Esperamos, la digestión bien hecha, la salida.
10:00 Salimos. Esperamos, la tripa vacía, algo de comer. Tierna escena: un pordioserito de seis años cuida y da besos a su hermano de dos años. Nos pide que le digamos nuestro nombre. Advertidos por la agencia, no se lo damos y llamamos a la embajada: no pensamos caer en ningún truco de esta gentuza. En un arrebato de dignidad (nos han dicho que da un toque chic, muy europeo, fingir tener principios) nos negamos a vestir la camiseta que nos da la organización. Lástima, porque el anagrama de la Shell, una ostra amarilla y roja, luce muy bonito en la espalda y su color provoca cierta nostalgia. Para calmarla bailamos un pasodoble virtuoso sobre las bicicletas. Gran éxito de crítica y público. Sólo el mecánico, que ha tenido que desenmarañar los radios y pedales de nuestras máquinas después de la exhibición, está algo furioso. Envidia. Durante el trayecto, el calor no es muy agobiante: no pasa de 50º si no estás cerca de los tubos de escape de los camiones, incluso debajo de éstos hay una sombra realmente fresquita siempre que estén en marcha. Marchamos ágilmente en el pelotón. Detrás, por si hay que ayudar a alguien a incorporarse. Por si hay alguien que se retrasa demasiado, nos vamos quedando un poco más atrás. Otro poco más atrás: nuestra solidaridad llega a ser indulgencia. Cuando casi perdemos de vista al pelotón nos ofrecen subir a las ambulancias. Ni pensarlo, qué se habrán creído. Bajan a buscarnos unos tipos armados de gemelos de 10 kilos, nos agarran del sillín y nos arrastran a una velocidad endiablada que nosotr@s no solemos alcanzar para no estropearnos el peinado. Por educación, no obstante, nos dejamos llevar. La agencia nos ha dicho que estos gestos son convenientes. El pelotón es un lugar tranquilo donde la gente se despedaza charlando amigablemente. Nosotr@s aprovechamos para sacarnos unas cefas (moneda de aquí) limpiando el asfalto con la lengua. En su obsesión por dejar todo limpio, Violeta decide frotar el suelo con su propio cuerpo, pero su buena intención es contraproducente: la sangre y la piel no hacen buen efecto. Aprovecha para hacer amig@s haciendo caer a un senegalés con ella. Lo que se dice un buen revolcón. Carlos no es celoso, pero mira hacia otro lado. Fenómeno curioso: la sangre tarda apenas ocho segundos en evaporarse del asfalto, de un material especial, aunque las moscas también ayudan a la evacuación.
Sin novedades, llegamos a la sede del patrocinador del día: una gasolinera de la Shell, donde damos buena cuenta de unos refrescos: soda, tónica, cóctel de frutas. Unos belgas que forman parte del convoy están especialmente emocionados, de hecho lloran, porque la organización no prevé que haya cerveza. Llegamos al lugar de la comida y del campamento. Un exótico territorio de chozas. Carlos tiene que ir urgentemente a la toilette, que está en una de las chozas: amplia cama doble con mosquitera, muebles de caoba, un espejo, adornos del lugar, ducha con agua caliente, báter francés con papel higiénico. Es la casa del jefe del lugar, un francés de Catalunya Nord que se ha hecho allí un chiringuito ecológico. La comida no llega. Hacemos una expedición internacional (hispanobelgasenegalesa) a tomar una cerveza. Fallamos en las previsiones y nos tomamos varias. Cuando volvemos, un poco beodos, ya no hay comida. No hay obstáculo insuperable ni mal que por bien no venga: ir a buscar unos bocadillos nos libera de una danza ritual y una charla ritual dada por una autoridad ritual. Nuestro menú: empanada de harina frita en 500 litros de aceite usado rellena de 12 mg. de carne picada (¡?) y bocadillo de pollo con protagonista invisible. Saciados, volvemos al campamento. Cae la noche, homenaje a los Stones, recuerdos del pelo largo y viejos blues. Queridísimo Eric Burdon. Para librarnos de los mosquitos, plantamos nuestra tienda. A la mañana, Violeta es un enorme grano. El mosquito superviviente no puede salir por la puerta, así que lo atrapamos y amordazamos para realizar una transfusión de urgencia y que Vio recupere su sangre. Operación exitosa, pero Vio empieza a desarrollar unas pequeñas alitas en sus omóplatos.
Mañana de medicina improvisada. Ana y Vio sufren un shock en el baño: al entrar a cagar han tropezado con varios abdómenes oscuros al parecer de buena constitución cubiertos tan sólo por una especie de taparrabos (de buena fuente, sabemos que era una toalla de baño, pero en los trópicos las proporciones cambian) que retornaban de la ducha aún con “algunas melosas gotitas de agua escurriéndose sobre su tersa piel de ébano” (sic.: con palabras de Ana recuperada de su delirio inconsciente). Hemos tenido que aplicar compresas frías en sus frentes y poner chapas de cerveza para disimular sus pezones. En fin, han leído demasiada literatura, menos mal que contamos con un buen desayuno nestlotropical para asustar los nervios, útil también para abonar los campos, cosa que hacemos ipsofacto. En total, 13 litros de líquido excremento. Suficientes para un jardín mediano, pero en este clima una verdadera minucia, si tenemos en cuenta que: el 25% se lo llevan las moscas, y lo distribuyen por las pieles más cercanas; el 15% se impregna en las suelas de los que usan zapatos o en los talones de los pordioseritos; el 6% se lo beben las cabras; el 12% se seca antes de llegar al suelo. En total, una pérdida del 58% por causas naturales o meteorológicas, lo que reduce el abono a una cantidad total de 7,54 litros, insuficiente para cambiar el sabor de un mango. Afortunadamente. Mientras hacemos las cuentas, la caravana ha salido. Por suerte, les pillamos en un atasco en la gasolinera de la Shell, mientras fingen batallas rituales para obtener un refresco (soda, tónica o cóctel de frutas), mientras los belgas lloran apartados y abrazados a un surtidor.
La agencia nos aconsejó no ser muy firmes de principios (verbigracia, no rechazar cualquier comida ni otras muestras de amabilidad, como fiestas con percusión y bailes frenéticos), así que nos hemos puesto una camiseta de la Cruz Roja senegalesa, patrocinadora del día. La organización nos lo ha pedido amablemente, porque si no seríamos “abandonados al sol y sin víveres”. Discretamente hemos eludido cualquier objeción. Es el estado del saber estar (knowfare) europeo (en castellano: de tripas corazón). Lo más agradable es circular en bicicleta bajo un sol abrasador. Lamentablemente, por causas ajenas a nuestra voluntad, hemos parado a la sombra de un árbol para abanicarnos en un último intento de no morir asfixiados, y hemos perdido de vista al pelotón. Enseguida lo encontramos, en una parada técnica para comer, que aprovechamos para: 1º beber más cervezas (casi por compromiso), 2º bailar, 3º sudar (por consiguiente), 4º mirar culos, cinturas y hombros (de otros), 5º para relajar la tensión, comer arroz con pescado (una especialidad de aquí que se come de vez en cuando, como seis veces de cada siete –la séptima es arroz con pollo).
Después de comer (menos mal, porque sino lo mismo habríamos repetido el proceso hasta llegar de nuevo al arroz con pescado) la organización decide que salgamos rápidamente. Tenemos una cita con las autoridades en una ciudad llamada Kaolack (nada que ver con un batido). Por suerte, el asfalto, bajo un sol que da una temperatura ambiente muy moderada, que alcanza apenas los 60º en la escala Celsius, está derretido, lo que hace que el pelotón circule a no más de 35 kms/h, muy asequible para nosotr@s, no obstante lo cual Vio es recogida por la ambulancia, en una deferencia de la organización para que conozcamos los últimos adelantos en transporte del pueblo senegalés. Como su tamaño lo permite, es sucesivamente trasladada a un todoterreno, un camión, una furgoneta y un clásico vehículo agrícola, siempre colgada del retrovisor y con un cartel que dice “acuérdate de tus niños”. Por causas que no comprendemos (y damos cuenta a la organización), una persona francesa, pretendidamente humanitaria, se detiene para auxiliar a un viejo inútil de 50 años que está a punto de palmarla por intentar seguir el ritmo del pelotón. “Que no se hubiera apuntado”, decimos, y todo el mundo está de acuerdo con nosotr@s. Eso ha provocado un injustificado parón y un imperdonable retraso, coño, y tenemos cita con el señor alcalde de Kaolack. Otro mediocre sufre un tirón muscular, pero por suerte lo abandonamos en la cuneta. Una estampida de vacas presuntuosas pretende interrumpir nuestra marcha de locomotora enfurecida, pero es arrollada y dispersada hasta retroceder en vergonzosa huida por nuestra máquina implacable con pocas bajas de nuestra parte. Un zaireño de cuarenta y tantos años se queda descolgado y antes de que nos cause un retraso imperdonable lo arrojamos por un puente al cenagal del que nunca debió salir. Por suerte, la firmeza y la unión de los participantes supera cualquier intento de retrasar o dificultar nuestra marcha humanitaria. Sabemos, de buena fuente, que los rebeldes armados de Casamance han infiltrado saboteadores entre nuestras prietas filas y progresivamente los vamos descubriendo. Nada ni nadie nos puede distraer de nuestro único objetivo: la paz y los calambres.
Llegamos a Kaolack. Tremendo recibimiento. La ciudad, volcada en las aceras y calzadas, impide nuestra velocidad de crucero, de modo que no tenemos más remedio que atropellar a algunos individuos de serie B ayudados por la escolta policial. Un poco perturbados por la emoción, Carlos se pierde los discursos de bienvenida mirando distraídamente un partido de básket en un colegio anexo en el que juegan cinco vulgares senegaleses que no son nada del otro mundo contra cinco senegalesas a las que, por cuestión de apoyar al más débil, Carlos anima enfervorecido al grito de así, así, más, más, diosbendito. Y es que se desenvuelven realmente bien en este juego. Después de, para unos, doce discursos y, para Carlos, impresionantes fintas de cintura, llegamos al lugar de nuestro bien merecido descanso. Retratos de un tal Wojtila y otros próceres de la humanidad que desconocemos presiden el lugar, lo que nos hace pensar que estamos protegidos por alguna entidad superior (posiblemente la jefatura superior de policía). Nos hacen rezar, cosa que la agencia, si llegaba el caso, nos recomendaba que no rechazáramos. Sólo un problema con la memoria: no recordamos la letra y tarareamos en algunos momentos culminantes. Nadie se cosca, deben pensar que así se hace en castellano. Cervezas en un bar regentado por libaneses de 300 kilos. Regresamos en zigzag, para hacer tiempo antes de dormir. El sueño será en un dormitorio común compartido por nuestras impresionantes figuras y los enclenques nativos. Todo el mundo nos mira fascinado, es natural. Intentamos disimular nuestro desprecio por sus torsos compactos, sus tersos abdómenes, su redondeada musculatura, su exagerado tamaño, su olor penetrante, su rítmica respiración durante el sueño, la fragante transpiración, el calor animal que despiden sus cuerpos. Todo lo que apreciamos reside en el intelecto, en el nuestro, concretamente. Lo físico es perdición, banalidad, futileza. Y aquí hay preeminencia de lo físico “Y qué físico”, dicen enigmáticamente Ana y Vio.
Tercer día
Por la mañana algunos gimnastas coinciden en haber tenido sueños en los que manos desconocidas acariciaban su pecho. Miramos para otro lado sin darle importancia y nos aprestamos a desayunar. Un viejo de un elegante grupo de blancos solidarios nos quita los quesitos. Los recuperamos indignados. Discusiones en francés (no dominamos demasiado la lengua como para insultar adecuadamente, así que optamos por lo gestual y levantar la voz lo más posible; al parecer nos sale bien, nos pide excusas, que no aceptamos, y nos dice que ha confundido al negro de nuestro grupo con otro negro de otro grupo que le ha quitado un quesito. “Ah, claro, es lógico, es que se parecen tanto…” decimos, comprensivos. La paz retorna: no hay nada como una buena explicación para resolver los malentendidos.
“Vamos, vamos, vamos”. Nos aprestamos a continuar la marcha. El destino, Gambia, un pequeño país anglófono en territorio francófono (bueno, también se hablan, o se gruñen, algunos dialectos locales con los que los lugareños, con predominio de infinitivos y demostrativos, intentan comunicarse). Buena temperatura, sin llegar a los 50º; muy adecuada para la práctica del ciclismo. Sucesión de marcos incomparables, todos ellos ardientes. Al pasar junto a un árbol de fresca sombra, una imperdonable tentación nos hace pararnos: la de respirar. Perdemos contacto con el pelotón durante un buen rato. Peor para ellos, los encontramos a mediodía: se han comido todo y están metidos como salvajes en la piscina de un hotel de alto estándin, ante el asombro indignado que compartimos de unos turistas de pago. Por no hacer un feo nos tiramos vestidos a la piscina y hacemos demostraciones de cómo se nada en Europa, deslizándonos por el agua sin apenas levantar espuma ni salpicar a los más cercanos, delfines humanos que causan la admiración de estos torpes (pero musculados… y bien musculados, vive dios) individuos que estiran el cuello por encima del agua, acobardados. ¡Algunos ni siquiera saben nadar y se agarran a balones neumáticos que la deferencia del hotel les ha proporcionado! Como esto no es un viaje de placer, sino una causa humanitaria, la organización, disciplinada y seria por fortuna, interrumpe ese rato ocioso con pitos y estridencias que advierten que debemos partir. Estamos convencidos de que un exceso solaz convertiría esta caravana en un verdadero caos, así que animamos a todo el mundo a seguir rodando a los 60º Celsius de las 2 de la tarde por una pista de agujeros y polvo a toda velocidad. Es preciso demostrar que estamos dispuestos a todo por la paz. Calambres y abandonos entre los más débiles. No por necesidad, sino por compartir también la desdicha de quien quiere y no puede, hemos decidido que una persona de nuestro grupo viaje también en los vehículos de apoyo. Le ha tocado a Violeta, que protesta pero acepta tamaño sacrificio por el bien de la comunidad y así se pierde este emocionante trayecto hasta la frontera de Gambia. Entramos sin problemas, porque la eficacia de la organización es impresionante, incluso con dos horas de adelanto sobre la hora de partida del barco que nos tiene que cruzar el río. Algunos, débiles de carácter y protestones por naturaleza, le pregunta porqué no hemos estado esas horas en la piscina y evitado así el supuesto calor infernal del mediodía. No comprenden nada. No comprenden nada. Todo el tiempo se quejan injustificadamente y eso que hoy se han llevado por la jeta otra camiseta gratis del patrocinador del día: Sabena, líneas aéreas belgas. La gente que integra esta caravana es, en buena medida, de una categoría digamos diferente de la nuestra. De hecho, durante el trayecto en barco tenemos que fingir comprensión hacia quienes se muestran excitados y emocionados porque ¡nunca habían montado en barco! En fin, lo típico, atardecer multicolor sobre el espejo gris del agua camino a Banjul, donde hacemos noche en parte sobre la bicicleta porque, para que conozcamos nuevas emociones, la organización ha decidido que vayamos sin luces por una autopista hasta llegar al sitio de descanso. Mola, porque además (y esto no sabemos si estaba previsto o lo han improvisado) hoy la poli se ha cargado a diez estudiantes en una manifestación, lo que contribuye a una mayor excitación, sobre todo entre los más jóvenes.
Así llegamos, pájaros de la noche, centauros del pedal, sombra de una serpiente, al lugar que nos tienen reservado para nuestro bien merecido descanso: el estadio municipal. Distribución de cuartos. Unos viejos europeos nos han reservado plaza en un habitáculo sólo para blancos, suponemos que para mirar nuestros culos. Se lo agradecemos, pero hay un consenso general en nuestras filas de que preferimos mirar a ser mirados y los pompis rijosos y pálidos de nuestros anfitriones desmerecen un poco comparados con las jugosas sandías que ya se están acomodando en otras habitaciones. Para allá nos vamos.
Acomodados, Vio sufre un apretón y decide continuar con su labor ecológica: elige la única palmera de la zona para crear entorno a su tronco un círculo de seguridad, sembrando de minas el territorio circundante. En la televisión, el informativo recoge en titulares la aparición de un fuerte olor extraño en todo el Sahel. Miramos a otro lado haciendo bromas en sueco para distraer la atención de los presentes. Cae la noche. Imprescindible dormir. Nos metemos en nuestras cámaras-probeta inundadas en loción antimosquitos en las que respiramos por medio de unos tubos que van de la boca a la superficie. Confortable y seguro.
Cuarto día
09:50 Desayuno en un hotel de 3 estrellas. Para disfrutar más del momento, la organización ha previsto una ansiosa espera en sus alrededores levantándonos a las 6:00. No les faltan detalles.
10:30 De hecho, hay que esperar a que el sol esté bien alto para comenzar a pedalear, para disfrutar más de los trópicos.
11:30 Salimos, pero sólo para hacer quinientos metros hasta llegar a la sede de Sabena, donde vamos a hacer una foto de grupo que se imprimirá para vender como postales en Bruselas. Sólo aceptan que estemos representados en ella en las personas de Juli y Josetxu. Posan como nadie. Damos la dirección del laboratorio para que nos remitan varios ejemplares de esta foto de recuerdo.
12:00 Continuamos la marcha. Un demarraje imprevisto en cabeza nos hace perder rueda. Organizamos una hermosa formación en flecha para recuperar el terreno perdido. Los policías, en los controles, baten palmas en las culatas de los rifles de asalto a nuestro paso, para premiar el espectáculo que estamos proporcionando a sus ojos desacostumbrados a tanta belleza. Blanca saeta.
12:30 Lamentablemente, alcanzamos al pelotón, lo que interrumpe nuestra exhibición. La culpa es del maldito viejo, que yace de nuevo agonizante en la cuneta, quejoso de lo que él llama calor. ¿Es que no conoce los veranitos de Córdoba? Discusiones sobre cómo tratar a los débiles. Les increpamos al abandono: esto no es un crucero de placer, ostias. Un compañero francés está furioso. Para demostrar nuestro don de lenguas, Carlos grita en francés frases que, por pudor (y porque no hay quien las entienda), nos abstenemos de reproducir.
13:30 Una espontánea parada de avituallamiento. En la cuneta, los árboles ofrecen sus esponjosos frutos rellenos de un jugoso néctar. Donde fueres haz lo que vieres: mordemos un extremo, escupimos la piel y accedemos a su pulpa, que rebosa de frescor. Son rojos y/o amarillos. Nuevo pasodoble. A la media hora, comprobamos que un intenso olor a mierda se desprende de las gotas secas del jugo que ha caído sobre nuestras camisetas. Las manos parecen lavadas en agua del báter (antes, por descontado, de tirar de la cadena). El bigote… En fin, llegamos a la frontera para volver a Senegal. Agua y jabón. El olor persiste.
15:00 Comemos unos bocadillos, protegida la nariz con unas pinzas que la organización, previsora como siempre, ha distribuido entre los europeos. No entendemos, ni compartimos, el sentido del humor de los negros, que se revuelcan por el suelo, desencajados, mientras nos rodean las moscas, golosas.
15:15 La organización comunica que, por cuestiones de horario y para evitar muertes innecesarias, todo el mundo debe subir las bicis a los camiones, porque el resto de la etapa ha quedado neutralizada. Dispuestos a ser los héroes del día, los chica de la expedición española insisten en continuar en bici. Alentados por su ejemplo, otros muchos deciden continuar. El grueso del pelotón parte. Los españoles les damos esquinazo y esperamos a que remita la caló. Ya cogeremos los restos por el camino en una persecución implacable.
17:00 Salimos. Tres espanioles y nuestro colega francés.
17:05 La selva se espesa. A nuestra derecha, un grupo de monos da gritos de ánimos y realiza una nada despreciable demostración de agilidad arborícola. Nos paramos para aplaudirles el gesto.
17:30 Ni rastro del primer grupo. Ya los cogeremos. Al mismo tiempo, en un coche de apoyo, Vio y Ana comparten espacio con ocho esbeltos ejemplares nativos, produciéndose inenarrables contactos piel con piel que, dicen, les parecieron repugnantes: ese penetrante olor, esa piel sudorosa, esos brazos rodeando sus hombros. Hay también en el coche otra figura: una de las responsables blancas de la organización, que impide que la cosa vaya a más con su molesta presencia, preocupada, en vez de dar rienda suelta a sus sentidos, en dar rienda suelta a su aparato locutivo y contar lo estresada que está, lo desbordada, y pedir excusas por haber estado un poco borde. Le tapan la boca con esparadrapo y siguen soñando despiertas. El conductor del todoterreno, para hacer ver que están seguras, en esta zona poblada de rebeldes, les enseña, sacándola de la guantera, el arma corta que lleva en el coche. Acarician sus cachas negras. No aclaran cuáles.
18:00 La carretera discurre entre un bosque selvático lleno de pájaros muy molestos, atravesando cursos de agua demasiado ostentosos. Nostalgia del Manzanares a su paso por El Pardo.
18:30 Alcanzamos al grupo de rodadores belgas, que han fingido un pinchazo para perderse. En vano, por esta zona no hay cervezas. Se lo hacemos ver y seguimos juntos.
19:30 Anochece entre una aburrida gama de azules, añiles, rosas y rojos. Este tipismo crepuscular no emocionaría ni a la abuelita Paz. Que coniazo.
19:35 En un apretado sprint entre frenéticas derrapadas en la arena, humillamos a los belgas llegando antes que ellos al poblado, que ha montado una fiesta de recibimiento. Esperamos un animado grupo de hardcore y nos encontramos con un puñao de tipos dando ostias a una especie de cajas que resuena por todo el paisaje. Nos interesamos, por compromiso, por el nombre que se da a esos infernales instrumentos: "djembés”, nos dicen. Lo anotamos, pensando que quizás en Madrid pueda montarse un próspero negocio con esos exotismos.
20:00 Hemos realizado una inspección ocular del campamento. Chozas de hormigón y tejados de ramaje entretejido, con mosquiteras incorporadas a las camas. Buen sitio para reposar, lástima que esté todo ocupado y nos hayan reservado un rinconcillo cerca de un vertedero al aire libre. “Pensábamos que desecharíais tanto lujo”. Por descontado.
20:15 Sigue la música. Unas niñas de dos y dos años y medio se empeñan, tiernas, en alargarnos las manos colgándose afectuosas. Las apartamos con violencia. “Que vengan vuestras hermanas mayores”, dice Josetxu.
20:30 Por fin la cena. Inusitado: arroz con pescao. Nos lo pimplamos.
20:45 Las autoridades del poblado nos anuncian que, precisamente, esa noche había previsto un espectáculo para diversión de los nativos y que nos invitan a asistir. Nos instalan en unos bancos en primera línea.
23:45 Por fin ha terminado el bochornoso espectáculo. Que nos aspen si lo hemos entendido. Un ridículo espantapájaros vestido de manera que parecía una choza móvil adornada con una bandera de Francia en el tejado daba vueltas sobre su cabeza y amenazaba a los presentes con agitados y absurdos movimientos frecuentemente circulares, de modo que a menudo caía rendido y mareado al vuelo, momento que los presentes aprovechaban para hacer lo que ell@s llaman bailar y que consiste en dar saltos y menear las patas traseras y delanteras siguiendo el estruendo de tres tipos que golpean las cajas esas de fabricación casera, a un lado los machos y al otro las hembras, acercándose los unos a las otras y las otras a los unos en una especie de invitación sexual que termina en un amago de rodillazo en las partes nobles. Carlos se ha hecho daño en la frente en una de las veces que ha descabezado un sueñecito. Fingimos a toda prisa que nos ha encantado y nos vamos a dormir.
23:50 La organización nos dice que, si queremos, podemos sugerir a la gente compartir los lechos en las chozas. Así lo hacemos. En nuestro perfecto francés, nos dirigimos a diversos compañeros del pelotón y les explicamos que si no les importa que durmamos con ellos. Extrañas miradas y diversas respuestas que interpretamos como “mariconazo”, “qué te has creído”, “con la chica sí, pero a ti que te aspen”, “como se te ocurra acercarte te rebano con mi machete” y otras gentiles formas de decir que esa noche están un poco cansados y prefieren dormir solos. Ana consigue colarse en la habitación de una chica sáfica, pero guarda un respetuoso silencio sobre la experiencia. Juli, con una ligera raspadura de machete en la garganta, consigue asilo entre los belgas. Josetxu, como es pequeño, se cuela de rondón sin ser advertido en la cama de otro. Vio y Carlos duermen al raso. Las nubes (de mosquitos) no dejan ver las estrellas.
Quinto día
05:30 Como es el día de descanso, nos han dejado dormir hasta las tantas. Qué gozada.
06:30 Esperando el desayuno, nos entretenemos mirando las acrobacias de nuestr@s compas en las lianas de los árboles, su medio natural.
07:30 Esperando el desayuno, nos entretenemos mirando diversos ejercicios de suelo, medio al que la mayoría ha accedido violentamente durante la época colonial.
08:30 Esperando el desayuno, nos entretenemos rascándonos las picaduras y poniéndoles nombre, pero el santoral no da para tanto y tenemos que recurrir a nombres franceses y flamencos.
09:30 Esperando el desayuno, nos entretenemos comiéndonos unos a otros empezando por las uñas de pies y manos.
10:30 Por suerte, llega el desayuno cuando estábamos afilando las multiusos para pelar las rodillas intentando acceder al tuétano. Los buitres se quedan con un palmo de narices (de Juli, chato)
11:30 Como es el día libre, la gente se dedica a sus labores. La mayoría finge tener preocupaciones higiénicas y hace como si hiciera que hace la colada. Nosotr@s, por no liarnos con los verbos, nos hacemos unas birras fresquitas. Nos anuncian que por la tarde habrá una competición deportiva entre los miembros de la expedición. Interesados por si se trata de algún deporte nativo, nos dicen que sí: fútbol. “Que se preparen”, dice Juli, disfrazado de ariete.
12:30 Nos entregamos a banales conversaciones sobre Sartre, el concepto del azar en la formación del universo y entrando en materia filosófica, la alineación del Madrid de los años cincuenta comparada con la recientemente resurgida selección de Senegal.
17:00 Nos despiertan para la comida, de un modo un poco desagradable: el que llevaba la bandeja de arroz con pescado para nuestra mesa ha tropezado con una accidental barrera formada por las trescientas cervecillas del ala que nos hemos ventilado.
17:01 Eructamos y a comer.
17:05 Nos instan a comer más rápido porque el partido comienza en cinco minutos. Asustados porque hemos advertido de nuestra capacidad técnica en la práctica del balompié, tratan de compensarla con esta burda estrategia del corte de digestión. Somos lo suficientemente aguerridos para que no nos arredre su raza. Repámpanos. El perro de San Roque no tiene rabo porque Ramón Ramírez se lo ha robado.
17:15 Comienza el match.
17:30 Termina el match (en su primera parte, en la que participan como titulares Juli y Carlos) con un balance de 0-0. Juli ha estado a punto de tocar el balón. Carlos, mejor dispuesto sobre el terreno de juego, la ha tocado dos veces. Aplausos para nuestra contribución.
17:31 Recomienza el match (en su segunda parte, en la que participa como titular Josetxu) Josetxu se convierte en un verdadero vallador en la banda izquierda, realmente infranqueable, y todo el mundo reconoce que es que los leones tienen muy buena cantera y que por algo llaman a Rayo San Mamés en la Catedral.
17:45 Termina el match en su segunda parte. Resultado final: 1-1. Tanda de penaltis. El equipo de camisola blanca, del que formamos parte los europeos, cae eliminado en esta injusta suerte.
17:46 Comienza el segundo partido eliminatorio. Camisola verde contra tipos despechugaos (y por tanto, negros) que representa al equipo local. Pronto se ve que una buena disposición sobre el campo y la buena compenetración que produce la práctica habitual y conjunta de este deporte de equipo concede una ventaja insuperable a los locales, apoyados además por un público incondicional.
19:00 Todo ha terminado. El torneo lo han ganado de calle los anfitriones. Nada que objetar. Saludos. Tratamos de intercambiar las camisolas, pero los locales no tienen, así que intentamos intercambiar los torsos, pero inexplicablemente se niegan. Qué falta de deportividad. Y eso que han ganado.
20:00 La cena –arroz con pescado- viene acompañada de un emotivo acto en el que la organización hace entrega de material escolar para los jóvenes del pueblo, lo que el alcalde agradece echándonos un discursito de 40 minutos acompañado por un distante retumbar de esas cajas famosas que hacen ruido.
21:30 Hale, a levantarse que hay que hacer una fiestecita para demostrar que el mestizaje comienza por la cultura, y en especial por la música, práctica universal que acerca razas, pueblos y los funde en un rítmico abrazo sin distingos.
22:30 La fiesta se supone que es en el interior de la choza central, donde hay instalado un hermoso equipo estéreo. Aquí nadie baila, así que antes de que nos toque hacer el paripé, lo que hacemos es mutis y escapamos al exterior, superando una barrera de niños y jóvenes que rodean la choza a la que tienen prohibido el acceso y miran hacia dentro como si fuera la televisión. Fuera sí, fuera la gente finge que baila y se divierte.
23:00 Esperamos a ver si termina de una puñetera vez la fiesta para ir a dormir.
23:30 Como la cosa no termina, instalamos unos colchones al raso y empezamos a roncar. La gente baila al rítmico son europeo de nuestros ruidosos sueños. Y es que lo llevan en la sangre. Como su proverbial pereza.
Sexto día
05:30 Amanecer de la última etapa. Para aprovechar el fresquito, desayunamos y salimos temprano, porque tenemos cita con las autoridades locales del siguiente villorrio.
09:30 Hemos llegado al villorrio. La cita, en realidad, era a las 11:00. A esperar tocan. Por suerte, la temperatura aún no supera los 40º. Qué fresquito. Así da gusto.
09:35 Para amenizar la espera, se acercan unos tipos con cajas. Nos escapamos por un lateral saltando una valla.
09:40 Un cafetito en la cantina de la escuela católica del lugar. Buen precio.
11:45 Los chicos salen al recreo y en la cantina nos piden que desalojemos, por favor, con un gesto muy amable de por aquí que consiste en retorcer la nariz. No ponemos objeciones, porque pensamos que estará terminando la recepción oficial.
11:30 Todo lo contrario. Está empezando. Nos cierran todas las vías de escape, así que encantados de quedarnos a escuchar los discursos. Muy emocionantes, incluido uno de una víctima de las minas antipersonales. Aplausos.
12:30 Para seguir aprovechando el fresquito, seguimos camino. Sol y asfalto, una combinación perfecta para la práctica del ciclismo tropical. Nos advierten de que no toquemos el suelo porque no tienen productos contra las quemaduras. Ni falta que hace.
13:30 Llegamos a la parada para comer. Recogemos el sudor en botellas de cinco litros y nos lo bebemos: es el único líquido disponible hasta que llegue el coche de apoyo.
14:00 Cuando estaba a punto de estallar un conflicto por la última botella de sudor caliente, llega el coche. Eso nos impide darles una buena lección.
14:40 Comemos bocatas bajo los árboles (nosotr@s) y sobre los árboles (ell@s). Se nos acercan unos amables lugareños a ofrecernos un mejunje que llaman vino de palma. Sólo es mortal cuando lleva más de un día fermentando en la botella, pero no es el caso, así que entre tod@s damos buena cuenta de unos cuantos litros.
15:40 El pelotón, abrazado y formando círculos, canta diversas canciones sucesivamente en las siete lenguas de los participantes. Nosotr@s aportamos la llamada “el vino que tiene Asunción”, muy bien recibida por nuestr@s compañer@s.
16:40 Dejamos de potar y nos disponemos a subir a nuestras máquinas. La meta espera a apenas 8 km.
16:50 A un par de kilómetros de la llegada final, la Caravana por la Paz en Casamance tiene que detenerse para separar a dos participantes que están entretenidos en celebrar un combate de boxeo a puño descubierto. Se devuelve el dinero de las apuestas y nos quedamos sin un negocio que se prometía magro.
16:52 Aminoramos el ritmo, porque el puto viejo de 80 años además no sabe beber y hay que empujarle (hacia delante) para que llegue vivo. La alegre caravana zigzaguea hacia su final.
17:00 Llegamos a Ziguinchor. Emocionante recibimiento por parte de un grupo de handicapés (tipos a los que falta algún trozo de cuerpo por haber sido tan tontos de pisar una mina) que se incorpora al pelotón poniéndose en cabeza con sus sillas de ruedas, que no hacen más que molestar y entorpecer el normal discurrir del pelotón.
17:30 Para colmo, nos hacen dar vueltas por la ciudad para darnos un baño de multitudes. Ni dios sabe de qué va la cosa, pero aprovechan para ofrecernos artesanía, fruta, bolsas de agua, restos de minas, trajes de guerrillero y gafas de sol, todo a buen precio amigo.
18:00 Todo tiene su final. Hemos llegado a una rotonda en uno de cuyos laterales se levanta una tribuna donde se apiñan montones de autoridades peleándose, discurso en mano, por dirigirnos unas palabritas. En un despiste, nos escurrimos hacia un bar cercano. Cerveza fría.
18:45 Los discursos amainan, así que eructamos y nos incorporamos al pelotón, que está a punto de rendir viaje en el lugar donde pernoctaremos. Extrañamente, se trata de un estadio municipal.
19:00 Para no hacer un feo, participamos en las últimas peleas multitudinarias por conseguir colchón y sitio para dormir. Ojos llorosos de emoción entre los participantes en la trifulca, conscientes de que es posiblemente la última y embargados por algún tipo de anticipación de la nostalgia.
20:00 Prácticamente sin bajas, nos instalamos. Cenamos un poco de arroz con pescado, y nos disponemos a salir a tomar unas birras. El guardia encargado de nuestra seguridad nos advierte de que si queremos salir es cosa nuestra, pero que si volvemos más tarde de las 12 él tiene la orden de disparar a matar porque puede tratarse de algún asalto de los rebeldes. Agradecemos su entrega y su preocupación por nosotr@s y decidimos, no obstante, salir.
24:30 Llegamos al sprint. La puerta está abierta. Mandamos un comando a examinar la situación. Si hay disparos, tienen la orden de volver. Nada anómalo. Decidimos entrar; por el camino chocamos con un bulto tendido en el suelo: es el guardia que duerme borracho abrazado a su arma.
Séptimo día
09:00 Ya no hay etapa ciclista, pero el programa del día se promete apretado e interesante. Desayunamos y nos disponemos a mantener un encuentro con el jefe de la rebelión en Casamance.
09:45 Estamos en el lugar del encuentro. Gran expectación. Nervios. Que viene. Que no. Que no acepta preguntas. Que vale. Subimos al primer piso de un edificio un poco costroso. El jefe de la rebelión resulta ser un cura de más de 70 años. Como guerrillero no parece muy ágil. Se echa una charla. Nos suena haberlo oído antes en otro sitio. Muchas veces, en muchos sitios: que su misión sacerdotal exige luchar por la verdad, la justicia y la caridad. Etcétera. Ya sabéis, la política nos es indiferente, así que procuramos terminar rapidito, que hay un poco de gusa.
13:00 El pelotón español, del que ha causado baja Vio, a la que abandonamos sola durmiendo en el estadio, anda perdido por la ciudad en busca del sitio del papeo. Es un sitio que todo el mundo conoce, pero nadie sabe dónde está: el Centro de recuperación de las víctimas de las minas antipersonales. Típico lugar de victimismo y dramatismo forzado que a nosotr@s nos interesa conocer porque es seguro que nos espera un buen arroz con pescado.
15:00 Llegamos al lugar del papeo. Tratamos de contener la risa ante el espectáculo de muñones y prótesis mal llevadas. Salimos más o menos airosos diciendo que es que nos estábamos acordando del chiste ese de “bueno, tronco”.
15:15 En efecto, arroz con pescado.
16:00 Regresamos al estadio, porque si no se va a armar: son tan ridículos con sus piernecitas de plástico de piel blanca…
16:30 Esta noche hay fiestuqui, así que mientras los otros siguen su apretado programa, nosotr@s nos echamos un sueñecito reparador, y cuando llegan a cenar arroz con pescado, nos vamos a cenar unos filetones, que hay que estar en buena forma para la noche.
23:30 De postre, unos cachos de tripi, para aceptar el desafío de nuestr@s compas, dispuestos a hacernos bailar hasta la extenuación los extraños ritmos desacompasados de la música de aquí.
06:00 La fiesta, como en casa, pero la decoración más trabajada. Regreso hacia el estadio. Nos espera una buena resaca que además entorpecerá martilleando con sus insistentes despedidas, solicitudes de intercambio de direcciones (las damos falsas, incluyendo las de las familias de nuestr@s amig@s en Madrid, qué buena broma) y ojos falsamente llorosos. Quien nunca ha estado en un campamento, no conoce esta vergonzosa experiencia. Por fin, todo el mundo parte y nos podemos ir a dormir, aún abochornados. Por si acaso, revisamos el equipaje, no vaya a ser que esta gente…