Primer viaje en bicicleta con OMKEM

Recibí a Iván un cicloexplorador con quien hemos planeado viajar juntos por más de cuatro años...Finalmente compró el boleto de avión y se vino cargando su bicicleta, gps, grabadora de audio digital, cámara de video, no sé cuántas herramientas y artefactos de viaje... Preparamos las cosas para salir a una pequeña expedición desde Nanegalito hasta San Antonio (Collaje) en la zona de Intag, cruzar dos provincias por la cordillera. Desarmamos un coche de bebé y adaptamos el carapacho a la bicicleta para que lo proteja del sol... Pusimos las parrillas en S delanteras que le compré hace casi tres años a Corinne, otra cicloviajera y chequeamos cadenas, frenos, llantas y repuestos.

Partimos el jueves, dejando nuevamente la oficina, las preocupaciones, la casa para recorrer ríos y montañas y vivir ese encuentro con uno mismo que te provee el pedaleo, ese encuentro con el otro y este encuentro con Omkem. Va a ser difícil enviarles reportes diarios, pero lo intentaré. Sepan que los extraño y que me gustaría cargar en mis alforjas a cada uno de ustedes. Viajo porque me apasiona y escribo porque los quiero mucho a ustedes lectores y a mis viajes. El lugar a donde vamos es muy importante, muy posiblemente nuestra próxima morada, llena de bosque, de luz y energía.

Nanegalito - Nanegal

Tomamos un bus a la salida de casa y nos bajamos en Nanegalito. Era tarde, había un poco de lluvia, una llovizna tropical muy acogedora. Bajamos las bicis del bus, compramos algo de comida e iniciamos el descenso y como ustedes ya saben "todo lo que baja debe de subir". El paisaje se fue poblando de misterio. Ese de árboles musgosos, bambúes gigantes (que me recordaban al Félix y sus quenas) y verde abrumador. Los pájaros, cantantes por excelencia, hacían de las suyas, estaban casi por retirarse a sus aposentos. Sabíamos que había río, lo veíamos desde lejos, lo sentíamos. Omkem hablaba...sus palabras eran como un canto, como un homenaje a aquello que veía. El viento le refrescaba y permitía que su canto vaya más allá, hacia lo alto a encontrarse con el de los variopintos pájaros del bosque misterioso.

Llegamos a Nanegal y nos recibió una sandía jugosa partida en la mitad. Dos cucharas nos permitieron disfrutarla junto a la familia que nos la convidó. Preguntamos por un lugar para acampar y el señor pensó que éramos un circo...luego le explicamos que traíamos carpa para dormir y que al día siguiente continuaríamos el camino. Fueron varias las sugerencias desde el coliseo, el estadio, la piscina, el río. Nos quedamos con la del río.

Nanegal - Chacapata - Playa Rica

Salimos de Nanegal bastante tarde, el río nos había cautivado. Hasta las vacas salieron antes al pastoreo y pasaron frente a nosotros. El río era hermoso. Omkem estaba fascinado lanzando piedritas y con ganas de sumergirse en él. Metimos piecitos y manitas al agua y jugamos un rato mientras Iván organizaba el equipaje. Tuve que enseñarle a Omkem la diferencia entre una piedrita y una piedrota porque agarró una de las grandes y me cayó en el pié. Sabíamos que nuestro siguiente destino era Playa Rica. Subimos camino de tierra y el sol empezó a cosernos literalmente, eso hizo que bajemos el ritmo y que paremos cada cuadra. En una de esas paradas en busca de sombra, sentí como un aullido profundo del interior de la tierra y luego un estruendo. Iván estaba un poco más adelante y empezó a correr hacia nosotros. Yo volví la vista atrás y vi las piedras tiradas en el camino a tan solo dos metros. Las rocas se vinieron abajo sin preguntar. Nos alejamos con asombro.

El verdor era impresionante, a la montaña le nacían todo tipo de plantas, desde helechos hasta orquídeas. Pensábamos llegar a Playa Rica pero pedalear de subida y con un sol en perpendicular nos hizo desistir. Más bien dicho, al llegar, inmediatamente al llegar apareció la niña que habíamos conocido en Palmitopamba, donde nos detuvimos a almorzar...ahora les cuento...

Voces de los niños/as de Chacapata

Mientras se cocinaba el pollo y el arroz en la cocina de la abuela de Miranda, mientras descansábamos y caía la noche, compartíamos con los niños/as sus propias historias, su voz hablaba y se repetía en mi voz y ellos, ellas se maravillaban

I- Yo me salí de la escuela, tenía una profesora que se llamaba Sofía y solo gritaba, por eso yo me salí.

II- Ahí hay bastantes moscas, pero no importa, si se le cae una en el plato, le saca nomás. Si se le entran muchas ya le toca botar la sopa.

III- Están botando los policías el trago, porque verá se ha morido gente, ya se han morido más de 100... Aquí vienen los policías, le rompen la poma y botan todito... Arriba, en todo lado se hace el trago, hasta nosotros sabimos hacer. Hay muchas fábricas de panela con cana, de ahí sale el bagazo y cuando se seca sale el trago. Melcocha también hacimos.

IV- Luego me lee todo porque yo no le entiendo ni papa.

V- Van a pasar por toditos los lados, ugcha ¿cuando llegarán? De aquí el otro año han de llegar... Les toca pasar un poquito de río, un poquito de agua, ¿no les dará miedo?

VI- No me gusta aquí porque hay cosas que pican....arriba, donde hacen la panela, ahí hay las avispas. Saben haber por todo lado. En la iglesia hay unas grandotas amarillas, nos toca ponernos unos palitos en la oreja para que no nos piquen. En el monte vuelta hay y saben picar durísimo...a la descuidada saben picar.

Leí y volví a leer estas historias para los niños para las niñas que en medio de la conversación las habían relatado y morían de risa, de admiración por escucharse, por sentirse a sí mismo, por esa vitalidad de la voz, de su propia voz.

Dejamos Chacapata con miedo a las avispas, con risa al ver como en la pequeña tienda pesaban a una gallina viva y con tristeza de que estas voces tengan que siempre hablar hacia adentro.

Chacapata - Santa Rosa

Salimos algo más temprano que el día anterior. El paisaje rebosaba de verdes, algo de nubes y un cielo inmenso. Olía a caña de azúcar. lo primero que encontramos en el camino fue la expresión de la amistad entre domésticos. Parecían compañeros de escuela, pero no, eran un perro y un chanchito que paseaban por la calle adoquinada de Chacapata. No sé porqué extraña razón el adoquín en estas pequeñas aldeas es un sinónimo de progreso, pese a que tan sólo cubra una cuadra del poblado...Atravesamos un riachuelo y empezamos a subir. Era un camino de tierra rodeado de vegetación exuberante. Las avispas rondaban el lugar y pese a haber hecho caso omiso del secreto del palito en la oreja, no nos picaron, tan solo zumbaron cerca de nosotros algo amenazantes. La verdad parecían algo más agresivas que los perros...pasamos otro arroyo y llegamos a Playa Rica. Suena un poco a caricatura pero tío Rico no vivía precisamente en el lugar. Tres niños nos recibieron y en una pequeña tiendita nos aprovisionamos de yogurt para Omkem.

La vegetación era exuberante y el sol se ponía más intenso. Pasaban pocos vehículos, una que otra moto y nada más. Descansamos junto a una caída pequeña de agua y nos encontramos con una lugareña que nos dio orientaciones de cómo tomar la vía hacia Nangulví. Fue ella quien nos habló de una familia de negritos muy amable que vivía en la única casa sobre el cruce de las vías. Caminaba rápido y nosotros pedaleábamos lento, así que no la volvimos a encontrar. Casi al final de la subida empezó nuestro encuentro con lo afro. Una familia afrodescendiente en Loma Cruz como dice Iván, en realidad al revés Cruz Loma tenía una pequeña tiendita. Les pregunté por algo de fruta y nos obsequiaron unos guineos. Al rato llegó un vehículo manejado por ciclistas y con las bicicletas en el lomo. No habían avanzado con la cuesta.

Continuamos viaje emocionados porque sabíamos que nos esperaba el río. Pasamos Naranjal y enseguida estaba una cascadita y una posa comunitaria y nudista. La gente de los alrededores disfrutaba de ella y las mujeres grandes (mayores) los hacían al desnudo...Nosotros no nos atrevimos a eso así que al estilo convencional usamos nuestros trajes de baño. Omkem fue el primero en poner los pies en el agua. Nos cargamos de energía proveniente del agua sagrada y nos dispusimos a comer. Omkem durmió como hora y medio y nos cogió la tarde. Mientras dormía escuchaba las conversaciones entre una señora y su hijo durante el ritual del baño. Era interesante el intercambio que hacían, una suerte de confesiones, consejos y chistes. Continuamos con el viaje porque sabíamos que nos quedaba un tramo largo y de subida.

Pedaleamos y la tarde empezó a nublarse. Teníamos los caminos dibujados a nuestro alrededor, serpenteantes. Nos habíamos acercado a las montanas y al cielo, estábamos casi pisando el universo... Había momentos duros por la consistencia del camino, la tierra suelta y lo empinado nos impedían avanzar. Yo tenía que bajarme de la bicicleta y empujar. Realmente era más cansado empujar que pedalear pero no había de otra. Temía que alguna serpiente apareciera por ahí. Iván jalaba a veces mi bici y luego por la de él, entonces se cansaba el doble. Se hacía tarde y todavía nos quedaba una cuestita considerable así que pasó una señora en una camioneta y le pedimos un aventón. Yo y Omkem subimos con ella (300 m) e Iván continuó pedaleando. La bendición del final fue la familia afro que nos dio posada en su casita, la única a la orilla del camino.

Santa Rosa Nangulví, todos éramos del mismo color

En Santa Rosa junto a la familia afro, descansamos y comimos fideítos. Los niños jugaban en la cangagua mientras el sol se ponía. Iván armaba la carpa y los negritos curioseaban sus tereques de cicloviaje. No había luz, todos éramos del mismo color. ¡El piso es durísimo para dormir!, nos advirtió una de las señoras y enseguida se escuchó el eco...- mejor duerman adentro en una cama-. Así que fuimos privilegiados, no por la cama, sino porque la cama era la de la madre mayor de la casa. Era una familia ampliada y conforme pasaba la noche crecía. A eso de las 21h llegaron dos jóvenes apuestos en moto, comieron algo y mientras miraban una serie documental peruana en TV hacían comentarios burlones sobre sus andanzas. Llamó uno de ellos a su novia y la enredaba con palabras y condiciones. Toda la familia reía. Omkem jugaba al interior de la habitación con una pelota y perseguía a una niña de ojos claros. El bebé más pequeño intentaba dormir en medio del barullo. Llegó la luz. Demasiado tarde, la apagaron y todos emprendimos el viaje de los sueños.

Al día siguiente nos levantamos a mirar el paisaje. Era día de fiesta, gran parte de la familia iría a Selva Alegre. Uno de los jóvenes madrugó para que su prima le tejiera las trencitas, trabajito que duraba por lo menos tres horas no remuneradas. El otro buscaba su mejor gala para la salida de domingo. Los zapatos de calle de los pequeños se hallaban extraviados. Los perros merodeaban el lugar esperando que les inviten al paseo. Los más pequeños estaban felices, lactaban de la teta de sus madres. Omkem silbaba. Desayunamos un plato rebosante de arroz y huevo con agüita de hierba luisa y nos propusimos partir. El bebé más pequeño jugaba con restos de juguete. Entonces Omkem le regaló el librito que cargaba junto a su asiento de viaje. Dimos un aporte económico a la familia y nos despedimos con tristeza, la verdad nos hubiera encantado quedarnos un para de días más ahí.

El sol era extremo y el camino ya más amplio, de mucha tierra. La carretera la están abriendo y hay bastante polvo. Los vehículos, buses, camiones, motos se sienten más. Ni bien salimos debimos parar por agua y en la primera parada nos detuvimos a la orilla del camino. Había una especie de madriguera ahí al lado nuestro, quise fijarme qué había dentro y me llevé una sorpresa enorme. Un caracol blanco reposaba sobre una víbora que dormía enrollada en su casita. Al comienzo no me di cuenta pero cuando miré con atención la vi. En silencio, en mucho silencio me alejé suspirando.

Nos dirigíamos a Nangulví. Yo había visitado las termas hace ya más de seis anos en bicicleta pero entrando por el lado de Cuicocha. Las recordaba y anhelaba mucha llegar ahí. Vimos una venta de papayas y nos detuvimos sin pensar, nos llevamos una y la comimos deseosos en una hostería que tenía algo de sombra más adelante. Devoramos la fruta, extenuados nos refrescamos un poco y nuevamente al pedal. Rodamos en medio del polvo que se levantaba. Dejábamos atrás una sierra tropical espesa que en esta parte ya la modernidad de los caminos había depredado.

Los afros son de clima caliente, recaliente...una mujer hermosa se bañaba con el agua que salía de una manguera al borde de la ruta. Nos contagió la gana de meternos al chorro y refrescarnos para poder seguir. Así lo hicimos. Llegamos a Nangulví con mucha hambre, compramos tomates riñón y disfrutamos de las interculturales termas calientes. Negros, mestizos e indígenas nos deleitábamos con estas aguas minerales en medio de un paisaje montañoso y junto al río Pintag.

Nangulví - Peñaherrera - Cuellaje

Dormimos plácidamente en la cabañita de 10 USD en Nangulví. Omkem descansó mucho y disfruto del colchón, almohadas y demás comodidades. Si bien teníamos la intención de acampar optamos por la cabaña que incluía lavado de ropa. Yo estaba algo molesta con las tales termas porque pese a que la entrada es económica y el lugar acogedor, había un anuncio que decía "Bañarse por 45 minutos" Eso ya no me pareció. ¡Querer regular el tiempo que uno ocupa las piscinas! ¡Terrible!!! Pero bueno comimos rico y dormimos bien.

Nos habían hablado ya de la pendiente hacia Peñaherrera así que optamos por ir esos 8 Km. En camioneta. Pasó por nosotros a las 7h30. Fue el primer y único día que salimos temprano. Mi estómago se había descompuesto quizá por la comida de restaurante o por el enojo que me habían causado el día anterior las políticas injustas ahora presentes hasta en las piscinas.

Disfrutamos de los primeros rayos de luz y de las montañas alucinantes. Subíamos y el río, ese hermoso río Intag iba quedando cada vez más abajo. Es una zona minera ésta, pero lo bonito es que la gente está organizada intentando parar estos procesos devastadores. Ya hay algunos ríos contaminados y nuevas concesiones en marcha. La cosa no es fácil. Pagamos 5 USD y llegamos a Peñaherrera. Inmediatamente fui al baño y Omkem al parque de juegos. Iván organizó el equipo y compramos algo de comida y pañales. Fui nuevamente al baño del centro de salud. Quise consultar a la doctora pero para variar no estaba. La cosa era hidratarme y ver si mi panza se componía. Empezamos a pedalear y la panza se empezó a componer...Ni bien salíamos del pueblito, una señora se acercó a darnos la bienvenida e invitarnos a un juguito, pero como íbamos de salida tuvimos que decirle que no y nos comprometimos de pasar por su hostal El Rondador de regreso. Se veía muy muy hermoso el lugar. Un cementerio al costado del camino, en la loma. Le pedí a Iván que sacara una foto de éste porque me encantan los cementerios rurales.

Seguimos pedaleando. El bebé iba de maravilla en su sillita, las bicicletas eran tronos desde los que mirábamos los abismos y los picos altos en paralelo. El camino era nuevamente de tierra y angosto. Las montañas crecían, salían de todas partes, se entrelazaban. Eran una suerte de abrazo. Cada vez estábamos más cerca del bosque. Sentí en mi parrilla algo extraño y nos detuvimos. Uno de los tornillos se había roto así que Iván hizo uso de sus herramientas para cambiarlo por otro. Era chistoso porque durante el viaje me pasé reprochando que para que tanto peso, tantas herramientas, tanto equipaje y a la final la mayoría de las cosas nos fueron muy útiles.

El paisaje me cautivaba, estar tan alto y continuar subiendo...era como acercarse a la utopía y evidenciar que ella está ahí, que no se mueve, que más bien nos espera. Empezaban a aparecer árboles y flores extrañas, hermosas. El río se dibujaba bien abajo. Pasamos un poblado que acabo de olvidar su nombre y la gente nos miraba asombrada. Una curva y nuevamente la sorpresa zigzagueante del monte de los montes, de esta pluralidad tan hermosa. Omkem dormía, comía galleta, silbaba, reía.

De pronto apareció otra bicicleta, yo esperaba a Iván que se había demorado un poco. Pedaleamos un tramo junto al señor y su pequeño hijo, el último de seis. Me contaba de Cuellaje, del nombre del lugar, de la primera familia que llegó a este paraíso. Cuellaje viene de joya en el cuello. Dice que la familia Ayala que eran los primeros hacendados del lugar encontró enterrada una vasija con joyas, con collares y de ahí viene su nombre. Muy probablemente eran joyas de los Yumbos, indígenas que poblaban el lugar en tiempos pasados. Se dice también que aún quedan vestigios, entierros...

Apareció Iván y continuamos los tres. Llegamos juntos a nuestro destino. Era una mezcla de alegría y tristeza. Alegría porque pronto estaríamos caminando dentro del bosque y tristeza porque dejaríamos las bicis. Fuimos al hotel único en el lugar por comida e intentamos comunicarnos con Eduard, un inglés que vive en el bosque y nos recibiría. No estaba. Decidimos aventurarnos e ir pese a que nadie respondía. Pagamos una camionetita de 10 USD y subimos hacia san Antonio. Era largo el camino aún pero hermoso, muy hermoso. Hubiéramos podido pedalearlo, pero como nos habían sugerido que subiéramos en camioneta pues así lo hicimos. Tal vez hubiéramos tardado unas cuantas horas más pero merecía la pena hacerlo en bici. Ni modo, ya estábamos en el vehículo. Tomamos la entrada a san Antonio y continuamos la subida. Era una zona con pobladitos distantes entre sí. Se veía monte espeso. En el camino el conductor nos platicó de la laguna de Pinan y del turismo hacia esa zona.

Llegamos al punto donde debíamos quedarnos para entrar aun más en la montaña. El agua se sentía muy cerca. El río San Antonio bajaba a recibirnos. Era una zona de palmeras, aquellas con las que se hacían o aun se hacen los ramos y de cabuya. Teníamos que cruzar una pequeña quebrada pero el camino era estrecho y sinuoso así que o hicimos con mucho cuidado y lentamente. Al rato Eduard llegaba junto a Micke y otros amigos en caballo así que los pobres animales tuvieron que soportar más peso, el de nuestras alforjas. Empujamos las bicis hasta una casita de lugareños, las dejamos que descansen y empezamos a utilizar nuestros pies y piernas para caminar. Omkem fue en caballo.

Nuestro sentir era diferente, estábamos arriba en el punto, en el destino, en ese horizonte deseado, parados sobre él, pisándolo, sintiéndolo. El viento nos acariciaba y había algo en el lugar que nos decía "todo está bien", "todo es bien". Todo aquí era espontáneo, tranquilo, puro. Descubrimos que la libertad huele y que el amor es la comunión con el todo. Dormimos y despertamos alegres, felices. La noche nos deparó un regalo especial el infinito poblado de estrellas, planetas, asteroides...una mancha de leche casi en nuestras manos. Y el día nos obsequió agua, aire y sol. Llegamos al lugar donde queremos vivir en comunidad San Antonio / Rosario de Cuellaje, lo descubrimos y nos fuimos mimetizando en él.